FRAGMENTOS DE UNA HISTORIA INCONCLUSA

 


Murió el padre, mi padre, esa figura paterna desdibujada en mi inconsciente, una maraña de ideas de un hombre ausente pero presente en cada parte de mi, alguien que marcó mi vida a fuego dejando cicatrices en el alma y fragmentos de una historia inconclusa. 

El pasado martes suena el teléfono mientras me reponía de una sedación por endoscopía, era mi tía Flori, alguien con quién no tenía contacto hace más de treinta años. Con voz amorosa dice "Lore, tu padre está falleciendo. Te invito a que cierres un ciclo, avísale a tu hermana". En este momento sentí que toda mi historia recrudecía. 

Me había puesto en esa situación muchas veces pero jamás pensé que ese día llegaría. No lo dudé, fui por mi no por él. No hablábamos hace seis años y jamás lo volvería hacer porque estaba desahuciado e inconsciente. (Esta parte de mi historia está en el relato "Las heridas del padre" escrita desde el más absoluto resentimiento).

Agarré el auto y partí raudamente con mi hermana. Mi cabeza y emoción estaban al límite, un nivel de confusión feroz. Cada kilómetro que avanzaba me llevaba inevitablemente al desenlace, al fin de esta relación tormentosa. Sin embargo, en el trayecto empecé a tener recuerdos de situaciones felices. Me di cuenta que toda la experiencia feliz con mi padre la bloqueé para justificar mi ira. Fue revelador y al mismo tiempo me perturbó.

A medida pasaban los minutos mi ansiedad crecía hasta que llegué a su lecho de muerte. La imagen que recordaba de mi padre se hizo añicos porque la realidad me explotó en la cara. Ver a alguien agonizando, postrado, con pañales me produjo un trauma enorme. 

Pedí que me dejaran sola con él, esto era algo entre él y yo. Me acerqué y toqué su mano con cariño, le dije que era una mujer feliz que ha logrado sola muchas cosas, le pedí perdón y lo perdoné, le dije que lo amaba y agradecía por darme la vida pero ¿Era real ese sentimiento o era lo que debía hacer? Lloré desconsoladamente con el pecho desgarrado. Estuvimos alrededor de una hora y nos fuimos, regresamos a casa con la pesada carga de la muerte del arquetipo. No fuimos a su funeral porque en realidad no teníamos nada que hacer ahí, sería hipocresía. 

Aquí comenzaron millones de cuestionamientos y autoflagelaciones, iba de un estado a otro ¿Hubiese hecho las cosas de manera diferente? Creo que sí. Me di cuenta que la rabia me cegó lo que hizo imposible un acercamiento, entendí que debo eliminar esa emoción en la construcción de nuevas relaciones porque me daña, porque solo me hace infeliz a mi. Sin embargo no siento culpa ni arrepentimiento. Es todo tan confuso.

Al día siguiente mi estado emocional estaba absolutamente en caos, perdí la noción de realidad, me despersonalicé. Una vez conocida la noticia por mi entorno y redes sociales comenzaron las infinitas muestras de amor con palabras de aliento y contención de cientos de personas. La gente se quería acercar pero no me quería invadir. Era como un funeral virtual, tod@s querían brindarme consuelo. Llegaron mis amig@s a la casa, nadie me quería dejar sola. No entendía nada solo me aferraba fuertemente del alma de cada uno/a de ellos/as.

No dormí sola, mis amigas fueron las vigías de mi sueño, el acto más estremecedor de todos. Sentí tanto amor que me encendí de él, no lo podía creer, no lo podía dimensionar. Nadie me juzgó, tod@s conocen mi historia, mis lectoras y mi círculo cercano. En realidad nadie tiene el derecho de cuestionar la historia de nadie, cada quien sabe el peso de la carga que lleva.

Fui a la sicóloga quién me atendió de manera urgente, me desahogué haciéndome sentir que todo lo que hice estuvo en la senda correcta porque primé mi salud mental por sobre las convenciones familiares. Lamentablemente necesito reafirmar que lo que hice estuvo bien y que no soy una mala persona por ello. Debo confesar que esto será un proceso largo, está clínicamente comprobado - según mi sicóloga-  que los duelos de historias inconclusas son más extensos porque hay cosas que quedaron pendientes. El rumeo de pensamientos me acompañaran por un tiempo. 

Ahora me dedico a sentir en libertad y a entender que todas las emociones coexisten. En un momento siento que lo amo, al segundo lo mando a la mierda apuntando al cielo y así sucesivamente. También me queda claro que hay cosas en la vida que no son, que no todo tiene que tener un cierre, que no podemos forzar las situaciones. 

La muerte de los padres es una situación que debemos afrontar tarde o temprano, un trauma que se cruza en la vida de cada uno/a de nosotros/as dejando una huella imborrable. Una experiencia límite de la cuál debemos aprender abrazar como parte natural de nuestro ciclo vida aunque ello nos desgarre. 

Muchas personas me escribieron contándome sus experiencias referente a la relación con sus padres, personas que se sintieron identificadas con mi historia. Algun@s me preguntaron qué hacer. Sólo puedo hablar desde mi experiencia. Creo que lo pueden intentar.

Ahora entiendo el dicho "no hay muerto malo". La muerte te obliga a pensar en las cosas positivas porque te quieres aferrar a ello. Miro la sombra de mi padre con más luz, una luz tenue que espero comience a brillar a lo largo de este andar por mi propio bienestar. Ahora me queda recoger los fragmentos de esta historia para trasmutar mi narrativa llena de rencor en una de compasión y perdón real. Les juro que me esforcé en entender su comportamiento pero jamás pude hacerlo. 

En definitiva, la vida y sus misterios siempre nos enseña algo y es responsabilidad de nosotros integrar estos aprendizajes para ser mejores personas. Apechugar cuando las decisiones son impopulares y celebrar nuestros logros. Con mi padre murió la parte más dolorosa de mi historia, ahora debo replantearme en este nuevo escenario con el corazón abierto y la mente en calma de frente como una mujer adulta y no como la niña herida. Fernando si no me pudiste proteger en vida te necesito de angelito.

Infinitas gracias por todo el amor, que se multiplique para ustedes. 








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